Volvías de una de esas guerras de pulsos,
gastado hasta el último gramo de fuerza en la batalla,
las armas de los motivos y las razones
olvidadas en el rincón
donde se guardan las palabras.
Vaciaste despacio,
gota a gota tu cansancio
y empezaste a sentir,
que entraba en ti la tierra que pisabas.
Te vi
en el hueco que una roca
convirtió en cuna,
los ojos cerrados al sol,
cuajada de olor a mar,
devorando rumor de olas.
Corrimos todas hacia ti,
y llegamos como cachorros saltando
hasta tu cama,
le robamos contigo varios segundos al paraíso
lamiéndonos las caras,
y entonces supe que estabas en esa lucha
por los otros,
más que por ti,
y que precisamente por eso,
tenías que ser tú
y no otra
ni otro
Tú.